- ¿Puedes coger esa botella y ayudarme a recoger este desastre? - Marta agotaba al propio cansancio con aquellas palabras desprovistas casi de voz y sus ojeras profundamente marcadas.

 

- ¿Qué ha pasado? ¡Marta, por Dios! ¡Esto no es un apartamento! Esto… esto… no creo que siquiera tenga nombre… - Marcos respira con intensidad antes de continuar y vuelve a posar sus ojos en su amiga – ¿Estás bien?

 

- La botella, Marcos, por favor… está… está por todas partes,… su cristal, su alcohol,… por favor, recógela.

 

- Mírame, Marta.

 

- Ah, Escuece.

 

- Mírame.

 

- Me haces daño… suéltame el brazo. Me quema, Marcos…

 

- ¿Qué ha pasado?

 

- Nada.

 

- ¿Eso es fácil para ti no! ¡Cada vez que mi teléfono suena y leo tu nombre en él acudo como loco a tu presencia porque sé que vuelves a necesitarme…! ¡Para esto, Marta! ¿Soy tu basurero?

 

Marta sonríe. Una sonrisa miserable…

 

- Mi pequeño basurero del alma.

 

- No tiene gracia… ninguna gracia. Al llegar te encuentro medio viva y medio muerta. No sabiendo nunca qué pasará, qué botella recogeré esta vez; un “Veterano”, alguna barata de tequila, alguna cara de vino rosado… hecha añicos, pedazos, en un apartamento minúsculo sin apenas luz que huele siempre a carretera comarcal o a bar de paso, con su propia camarera desamparada y deseosa de salir de su turno a las 16:00, aunque aún sean las 7:00 de la mañana y acabe de llenar su primera taza de café o su primer ron vespertino. – Marcos intenta contener una lágrima que puja por salir para continuar su relato – Y aun con todo, no soy nadie para preguntar qué te ha pasado, no soy de tu confianza para saber quién te hace esto, por qué, o qué te pasa.

 

Marta ríe nerviosa.

 

- Fácil para mí, ¿no? ¡Yo soy la camarera del bar de paso!, la que vive en una casa que bien podría ser una caravana “del tres al cuarto” mal aparcada en el estacionamiento del barrio más violento del lugar. Su olor a violencia rancia y a guerra doméstica envuelve mis pensamientos y mi cuerpo lleno de quemaduras, que escuecen ya hasta lo indecible, alcanzando casi al dolor que se halla en mi propia psique. Pero si no te lo cuento dices que para mí es fácil, ¿no es eso? – Marta reprime con su orgullo el llanto que parece declararle la guerra. – Genial. Simplemente genial…

Un silencio tenso envuelve a la pareja en la soledad del apartamento por unos instantes.

-¿Qué ha pasado, Marta?

 

- Mi vida, Marcos, mi vida. Jamás me ha pasado otra cosa…


By: Corina Morera Villar